Nos siguen golpeando por vivir.

Publicada el 12 de Marzo del 2019

Caminar de la mano con tu pareja es tal vez uno de los actos más naturales y sencillos de la vida de a dos. Es una extensión de la cercanía que nace de la intimidad, es parte de esa propensión de la naturaleza a acercarse a quien quieres, una cuestión de proxémica instintiva para mantener la cercanía.

Me cuesta imaginar que se siente tener esa espontaneidad. Al contrario de muchos, yo desde niña aprendí que cada una de mis conductas debían ser minuciosamente revisadas, para no causar desasosiego entre las personas que me rodeaban. No podía abrazar muy fuerte, no podía tampoco acercarme a alguien que me atraía... Aprendí, sin que nadie me enseñase, que mis afectos y mis pasiones debían ser rigurosamente examinadas, sometidas y aplacadas.

Tomarse de la mano con tu polola en la calle, entonces, se convierte en una osadía que muy pocas tenemos.

Pero la falta de valentía no es solo en los gestos públicos. Creo que como lesbianas nos cuesta naturalizar con orgullo la diversidad de nuestro ser lésbico. Tantas de nosotras aún queremos la aceptación de todos y nos vendemos lamentablemente, tratando de encajar, tratando de aplacar la masculinidad que nos nace, en una forma de vestir heteronormada. O matamos el amor que le debemos a nuestro cuerpo, alienándonos de él, olvidándonos y descuidándonos, como si el desprecio del resto no bastara, porque ya lo asumimos dentro de nosotras.

En nuestra vida social, tratamos de no molestar hablando de nuestras parejas, de nuestros afectos, silenciándonos en una imagen aséptica de nosotras mismas, en nuestros espacios laborales. Somos la espectadora de la vida afectiva de nuestras amigas heterosexuales, pensando que el amor fruto de la aceptación social es más importante que el amor a nosotras mismas.

Cuán poco amor aún hacia nuestro lado queer. La discriminación al interior de los espacios sociales hacia la lesbiana de pelo corto y andares masculinos, la ridiculización de todas aquellas lesbianas que no correspondan a la lesbiana heteronormada, caucásica, clase alta que satisface la fantasía masculina y que es favorita para aparecer en los medios.

Vivimos haciendo esfuerzos ingentes con tal de no ser sospechosamente masculinas.

Y, entonces, caminar de la mano siendo así de diversa se transforma en un acto heroico. Y si no vas por Lastarria, si se te ocurre ir por Pudahuel, por tus calles, en tu barrio, donde todos te conocen y te desprecian hace rato, es un acto rayano en la locura.

Es locura porque entiendo la clase de rabia que genera para un hombre ver caminar a una lesbiana de la mano con su polola: “desviada que pervierte a mujeres sanas”, “desviada que odia a los hombres”, “ enemiga”, “saquémosle la chucha”….

Aterra pensarlo, tal vez incluso no entiendo acabadamente la magnitud, pero tengo que advertir que por el otro lado, veo también otra rabia, una rabia cada vez menos sorda que emerge desde las mías, las raras, las locas, las brujas… 

Es una rabia al sistema en su totalidad. Es la rabia de la exasperación, porque no puede ser que tomarse de la mano lleve a una chica a la posta. No puede ser que sigamos avergonzadas de lo que efectivamente es nuestra forma de ser, explorando dichosas en qué es lo que nos nace, sin miedos.

No puede ser que no haya voces desde todas partes que rechacen estas violencias. No puede ser que no sea de sentido común la defensa ante actos así y que, al contrario, se pretenda la complicidad de todos con afirmaciones como: “jajaja wena una qlia menos”.

Esta rabia de las mías está tomando fuerza. Yo lo veo en mis hermanas, lo veo en los colectivos que se organizan, discuten, trangreden y se apoyan; lo veo en las letras de las “Torta Golosa” que con desparpajo rompen estereotipos y transforman el deseo lésbico diverso en un motivo de orgullo. Lo veo en las nuevas voces que quieren resignificar qué es ser lesbiana desde la literatura, a fuerza de poesías (querida Sofía Vaisman), colmando esa eterna sed de encontrar identidad.

Lo veo también en la sororidad de las mujeres heterosexuales que se pliegan a movimientos feministas; lo veo en las nuevas generaciones de lesbianas que reconocen que es necesario transformar a nuestra sociedad y se organizan. Quiero creer que esa sororidad cobrará fuerza.

Sé que poco a poco algunos hombres están cooperando con humildad, asumiendo que esta no es su batalla, pero que, desde su apoyo, contribuyen a hacer entender a otros hombres de que es necesaria una nueva sociedad. Sé que aún lograr esa humildad es difícil, porque llevan tanto tiempo pensando que las acciones los deben tener a ellos como protagonistas.

Agradezco los caminos que tantas mujeres han marcado en el pasado; los colectivos como Ayuquelén, que lucharon en tiempos peores que estos. Pienso en tantas muertes silenciadas… Mónica, Nicole y quizás cuántas más… Gracias a ellas hoy tal vez por fin dejemos los silencios y logremos la dignidad mínima para poder salir a la calle con tu polola de la mano en cualquier lugar de este país.

Escojo la esperanza en este sueño, porque es la única manera en que se puede tolerar que nos sigan golpeando por vivir.

Para Carolina, infinito amor.



Cecilia Ramirez.

Padis LGBTI+