Carta de un padre a su hijo gay

Publicada el 05 de Octubre del 2017

Hoy me siento frente a este cuaderno y escribo estas palabras. Yo no escribo una carta a mi hijo gay, le escribo a mi hijo que es un ser regalado por Dios, un ser maravilloso, inteligente y valiente, que un día —hace 3 años— descubrió que quería ser feliz y no seguir sufriendo en el silencio que esta sociedad le obligaba a vivir. Un día nos contaste, a tus padres y tus hermanos, que no sentías atracción por las niñas y que tu amor iba por otro rumbo. 

Al principio no fue fácil, hijo, y lo sabes. Después de llorar, caminar en silencio por las noches, mirar al cielo y gritarle a Dios, entendí que Él da la vida de nuestros hijos para cuidarlos, amarlos y prepararlos para vivir, para que vuelen solos algún día. No hay nada diferente en la creación de Dios. Él no hace basura, la maldad está en el corazón del hombre, todos somos hijos de Él, amados, hechos a su imagen y semejanza. No se trata del aspecto físico de Dios, sino, de su gran capacidad de amar. Eso es lo que somos los seres humanos; eso es lo que eres tú, hijo, una maravillosa creación de Dios y con tu madre fuimos cocreadores con Él. 

Yo te amo por lo que eres, mi hijo maravilloso, sin un título como el de gay o de heterosexual. Eres un ser amado que quiere amar libre como yo, como tu madre, como tus hermanos y como todos lo merecemos. Que nos equivocamos y levantamos. 

Yo no creo que tengamos que hacer foros y campañas para mostrar que Tú o tus hermanos son nuestros hijos, porque no son diferentes. Es la necedad del hombre que no sabe ver el amor de Dios hecho vida. 

Hijo mío, tu eres el menor de mis hijos, solo eso es diferente, ¡nada más! Quiero que logres todo lo que te propongas en la vida. 

Algún día el ser humano entenderá los caminos de Dios, Él quiere que nos veamos unos a otros como iguales. 

Hijo mío, no mires nunca hacia atrás, solo tienes que avanzar; la ruta se marca con pasos que vamos dejando en la tierra. Yo pasé antes por aquí. Hoy te toca a ti. 

Quien te ama con la vida. 

Juan Carlos Lizana